Dalla Murgia alle Ande: paisaje de piedra
Dalla Murgia alle Ande: paisaje de piedra
-De la nostalgia del migrante-
Porque tengo nostalgia
de mi sur del sur
imploro
puco de agua viva,
un haz de luz
que no hiera
que no agriete
que no descuartice
que no raje.
Porque siento nostalgia
de mi sur del sur.
Alquimia Orante
compóneme.
En el Tiahuantisuyo se llamaron pircadores y en Apulia paretari y trullari pero común fue el cometido: cantear las masas de piedra y ajustarlas unas a otras sin argamasa con arte y paciencia, hasta construir el muro, el corral, la vivienda, la fortaleza y el palacio.
En cualquier medio ambiente el hombre aprovechó lo que la naturaleza le ofrecía para construir su habitación y los utensilios necesarios para su vivir cotidiano.
Allí donde había barro y agua con ellas construyó el rancho, allí donde palmeras las entrelazó para formar el quincho y allí donde encontró roquedales y pedregales, rompiendo cortando y canteando obtuvo bloques que yuxtapuso ajustó y apiló hasta fabricar recintos protectores para animales, un seguro refugio para sí, un sólido pucará para la comunidad que por eso situó en la altura del cerro.
Así se desarrollaba el hilo de mis pensamientos cuando, aún estudiante de profesorado subí, en la temporada seca, a los Andes Jujeños. Punto final del viaje seria el Pucará de Tilcara. ¡Asombroso el paisaje, admirable lo hecho por el hombre! Y en lo íntimo alabé la paciencia y la minucia del indio constructor. Aquí las pircas contenían terrazas y andenes cultivados, allá ceñían labrantíos, luego limitaban apriscos. El tacto quiso palpar la rudeza de la piedra gentilmente limada por los siglos, constatar la certera intuición del pircador que sin argamasa ni cal supo acoplar las piezas a lo largo y superponerlas en lo alto.
¡Resultaba una textura mural primitiva y prodigiosa!
Pero adormilado en el subconsciente yacía un impreciso modelo, una visión que no acertaba a definir, un no sé qué de nostálgico, una pertenencia ambivalente.
Después el tiempo y las circunstancias me devolvieron al sur italiano de donde había partido. Entonces vi las pircas, las adormiladas en el subconsciente, las del impreciso modelo. También éstas a campo traviesa trepaban las laderas de dulces ondulaciones delimitando sembradíos, cerrando oviles junto al trullo la vivienda cónica típica de esta zona del sur de Apulia que algunos quieren influenciada por la arquitectura oriental que habría traído una comunidad de campesinos arribados a este ángulo de jardín sureño cruzando la mayor ensenada del Mar del Medio. Otros dicen que es símbolo mítico del tiempo circular. Sea como fuere, trullo es palabra de origen griego que remite a forma redonda, habitación redonda como el tiempo cíclico igual a si mismo y nunca repetido. Y como el periplo del sol.
Por eso nacería primero como habitación campesina, con utilización temporánea, es decir habitada durante el tiempo de la cosecha y de la siembra, simbología íntimamente ligada a la fertilidad y la abundancia.
Los trulli están dispersos en el Valle d’Itria que dicen asentamiento más antiguo; un tiempo apenas posterior se habrían agrupado en villorrios de lo cual resultó Alberobello. Actualmente el área a trulli constituye el casco antiguo de la ciudad. Con ligeras modificaciones, hoy son tiendas de souvenirs para turistas. Una señora conserva un antiguo telar, lo usa y vende sus productos; un artista ha instalado su taller de fotógrafo, otro es escultor y descubre las formas atrapadas en las piedras que él mismo recoge durante sus caminatas. En lo alto de la calle está la iglesia, también en trullo, pero es moderno, como si dijéramos una imitación.
¡En la nebulosa del recuerdo flota Sachsauhamán y el Templo del Sol!
. . .
Dejada la ciudad, emboco la ruta que de Alberobello va hacia el norte y que me devolverá a mi residencia habitual.
Un muretto a secco, una pirca, va paralelo al camino que recorro. A trechos, está derruido, piedras caídas, implorantes se trepan unas a otras sin orden. Es como si estuviese viendo la Pachamama con el vientre abierto, fracturado, arañado, llorando su linfa blanca transparente de tiempo, dureza y lluvia. Y quisiera detenerme a ofrendar, como el coyita, junto a la apacheta.
Los que van conmigo se burlan de mi pedido. No logran comprender la nostalgia de mis dos sures.